"Tenemos dos mentes, una que piensa y
otra que siente"
Esto es una declaración de intenciones y una
mezcla de recuerdos que abogan a ello. Soy maestra a secas, pues a veces lo
adornamos con otros cargos u otro currículum anexo, como si fuese poco ser
maestra. E incluso, cada vez más, me considero acompañante, que no maestra.
Pues aunque siempre, siempre me encantó esta palabra, cada día la relaciono más
con nuestro sistema educativo y la voy expulsando fuera de mí. Pero esta es
otra cuestión que quizás en otro artículo me atreva a escribir.
Quiero hablar
de sentimientos y de cómo cuando conocí los temas transversales intenté seguir
las instrucciones de manual de usuario de la LOGSE y llevarlos transversalmente
a mi aula, como pude, y a veces incluso con calzador, pues a veces no se sabe cómo
tratar los sentimientos.
Llevé a cabo
una unidad, o Proyecto (según se mire) que titulé “¿Yo me quiero, y tú?” y he
de reconocer que no fue mal, que mi autoevaluación no obtuvo malos resultados o
al menos no se alejó de lo esperado. Sin embargo, y aunque ahora contaré
algunos detalles y ejemplos del mismo, creo que si los resultados fueron buenos
fue por un cambio de actitud, más que por una buena programación de la unidad,
ya que esto hoy en día para mí ya no tiene ningún sentido. Sólo cuando nos
atrevemos a mirar es cuando vemos; y algo así me ha sucedido estos años.
Estamos en el
tiempo correcto para abrir el debate que propicie la enseñanza emocional en las
instituciones educativas, que agrupe y reúna los distintos conocimientos que
hoy por hoy se encuentran dispersos y desorganizados entre sí, como el
complemento ideal de toda sociedad, hacia la formación de seres además de
racionales y creyentes, emocionalmente inteligentes.
EL ANTES
Cuando salimos
de la carrera siempre creemos que las cosas son más ideales de lo que parecen,
luego nos topamos con la realidad y dejamos que ésta nos envuelva. Un error,
pues yo, al contrario de lo que piensa la gente, sí creo que nuestra
idealización de la realidad es la que hace que mejoremos y avancemos. Cuando comenzamos
a trabajar todo el mundo nos da consejos... Tienes que ser dura al principio, tienes que ser más estricta, tienes que
separarte más de las madres (hay que ponerles un límite), tienes que castigarles,
no les dejes pasar ni una, tienes que enseñarles a sentarse... TIENES, TIENES,
TIENES...
Durante los
primeros años lo llevas a cabo, pues todo el mundo tiene más experiencia, más
recorrido, más razón que tú. Pero, cuando te das cuenta, no estás haciendo nada
de lo que tú sentías que era el camino. No encuentras relación entre lo que estás
haciendo y lo que viejos sabios experimentados ya hace a veces incluso siglos
habían estudiado y comprobado (Piaget, Montessori, Freinet...). Y que incluso fue
tu punto de partida.
Lo que te
obligan a estudiar en la carrera y en las oposiciones, nadie, absolutamente
nadie lo lleva a cabo.
Es un
desastre, así que buscas otro camino. Te intentas formar de otra manera. E
intentas experimentar (quizás de una manera dolorosa, pero no encuentras otra forma de hacerlo) algo que
llevas dentro desde hace mucho tiempo pero que ya has olvidado... El sentido
común.
Te das
cuenta, cuando estás trabajando la unidad y los sentimientos, de que hasta
ahora has hecho lo contrario. Cuando gritas (por impotencia), cuando castigas (porque
no puedes más) no estás descargando la rabia con quien debes, sino con los
niños y niñas que tienes a tu cargo. No es culpa suya que las aulas no tengan
los metros suficientes para su necesidad indispensable de experimentación y
juego (el movimiento y el espacio son
fundamentales para un desarrollo íntegro de la persona) algo que hasta en
nuestro corto decreto de Infantil y primaria viene reflejado. No es culpa suya
que tú sola no puedas atender a 25
niños/as (a veces incluso más), a todas
las necesidades auténticas que se presentan en un entorno falto de recursos o
de recursos inapropiados para satisfacerlas, un entorno NO RELAJADO, no es culpa suya que los patios sean de
cemento y no atiendan al respeto por el momento evolutivo de los/as niños/as (necesidad
de naturaleza, de reptación, de escalada, de saltos, de sombra, de arenero...).
NO ES CULPA SUYA, ni tampoco tuya. Lo que sí es mi responsabilidad es el cambio
de actitud gradual en el día a día. Pues para mí el concepto de culpa hace
tiempo que decidí cambiarlo por responsabilidad.
Escuché a Rebeca
y Mauricio Wild ya hace algunos años por primera vez, y vi a dos personas
mayores de las que me habían hablado, solemnes y sencillas a la vez, un tono de
voz seguro y equilibrado, y lo mejor de todo, es que algo dentro de mí hizo un
clic, y no pudo volver atrás. Me quedé maravillada y aterrorizada a la vez. Todo
lo que decían y cómo lo decían era lo
que yo había estado buscando tantos años. Recuerdo que cada una de las personas
que estuvimos en aquel encuentro nos sentimos enfermos al día siguiente y no
fue por casualidad.
Yo, maestra y
dentro de este sistema... Hasta las trancas... Vi claro, cómo no sólo hacía falta un
cambio de actitud, sino un cambio de vida. De sistema educativo, económico,
social, en valores, en alimentación... Algo que me desbordaba y aún hoy lo hace,
pues aún me siento en el camino. Hoy por
hoy intento respetar mi proceso de vida, viendo todavía mis incongruencias, mis
meteduras de pata y mis interiorizaciones y cambios como parte de mi evolución.
Sólo así, podré respetar los ritmos y procesos de los/as niños/as, de mi
familia, de mis relaciones...
Os recomiendo que leáis “Educar para Ser”, a
mí me llegó, y mi perspectiva sobre la vida cambió. Yo creo que las cosas
aparecen porque en el fondo llevas tiempo buscándolas, y porque es el momento
en el que tú puedes comprender.
Ahí me di
cuenta de cómo cambiando nuestra manera de mirar podemos transformar la
realidad.
Me ha gustado mucho tu artículo, estoy muy de acuerdo contigo! Un saludo
ResponderEliminarGracias María...Un honor que te guste.
Eliminar